Narradora de Gucci Podcast:
Hola y bienvenidos otra vez a Gucci Podcast. Este episodio marca el lanzamiento de una edición especial de la revista CHIME FOR CHANGE, dedicada a la campaña #SayHerName, en colaboración con el African American Policy Forum y editada por la redactora invitada Kimberlé Crenshaw.
Una hija a la que la policía disparó mientras su bebé de cuatro meses estaba en el coche. India Jasmine Kager. Decid su nombre.
Una hermana que experimenta una crisis mental, retenida en su casa por la policía y fallecida a consecuencia de sus acciones. Kayla Moore. Decid su nombre.
Una hermana que murió sola mientras estaba recluida en régimen de aislamiento. Layleen Xtravaganza Cubilette-Polanco. Decid su nombre.
Este episodio presenta las historias de cada una de estas mujeres negras que fueron víctimas de la violencia policial. Sus historias las contarán los miembros de sus familias que continúan con su legado, madres y hermanas que también son colaboradoras de Zine.
Escucharemos a Gina Best, la madre de India Kager, muerta a manos de la policía de Virginia Beach en 2015; luego a Maria Moore, la hermana de Kayla Moore, muerta a manos de la policía de Berkeley en 2013; y para concluir, a Melania Brown, la hermana de Layleen Xtravaganza Cubilette-Polanco, que murió en régimen de aislamiento en la cárcel de la Isla Rikers en junio de 2019.
En primer lugar, Gina Best, miembro fundadora de la red de madres Say Her Name e incansable luchadora por la justicia, no solo por su hija, sino por todas las mujeres y niñas negras muertas como resultado de la violencia policial. Gina lee su artículo titulado “Corazones amputados”.
Gina Best:
Comienza con un pálpito… del corazón.
¿Cómo reacciona una mujer cuando se entera de que en un plazo de ocho a nueve meses su vida cambiará para siempre y se convertirá en la madre de un ser humano que saldrá de ella? Algunas mujeres experimentan miedo, mientras que otras experimentan júbilo. De cualquier manera, permite que ese sentimiento se arraigue en su corazón mientras reflexiona sobre la situación.
¿Qué hace una madre… cuando ha tomado decisiones conscientes y medidas específicas para asegurarse de que la vida que crece dentro de su vientre salga sana? Sigue la “voz interior” intuitiva de su corazón y toma todas las medidas necesarias en múltiples aspectos para que su embarazo llegue a buen puerto.
¿Qué hace una madre… cuando, por primera vez, oye el rápido y rítmico “zumbido” del latido del corazón de su bebé a través del estetoscopio o del monitor cardíaco durante la ecografía?
¿Qué hace una madre… cuando los dolores del parto han comenzado y sabe que dentro de unas horas se reunirá y abrazará a su pequeña con la que tanto ha soñado? Aguanta con valentía cada oleada de dolor de las contracciones involuntarias, porque en su corazón sabe que todas esas punzadas de dolor llegarán a su fin en algún momento.
¿Qué hace una madre… cuando oye el primer llanto de su pequeña tras el nacimiento? Espera que se cumplan todas sus plegarias y que su bebé esté sana y salva. Después se relaja y suspira aliviada cuando escucha que su bebé está sana.
¿Qué hace una madre… cuando, por primera vez, abraza a la criaturita con cara de ángel que acaba de dar a luz? La observa con una mezcla de emociones de esperanza, curiosidad, preocupación e incertidumbre, mientras su corazón acelerado se inunda de ternura y resolución maternal.
¿Qué hace una madre… cuando cuida, alimenta y vigila a su pequeña durante los primeros años de crecimiento, de juego, de sueño y de desarrollo social en un mundo plagado de obstáculos entre todas y cada una de las etapas de la vida? Sigue orando y pidiendo con todo su corazón que su pequeña experimente lo mejor de la vida. Hace un pacto eterno con ella misma por el que continuará siendo una sabia protectora y “guía” para su niña, ayudándola a lidiar con la vida en cada paso del camino.
¿Qué hace una madre… a medida que su hija se acerca a la adolescencia, esa etapa donde la confusión y los ataques externos a su confianza en sí misma están garantizados, y seguramente impregnarán su corazón y su mente? Escucha, tranquiliza su corazón y refuerza la autoestima de su hija con ánimo y amor, junto con la cruda realidad de que la vida no es justa. Especialmente para las niñas negras que viven en un mundo que las infravalora nada más verlas. Anima a su hija a tener un carácter y un corazón de acero frente a personas y situaciones que intentarán hacerle daño.
¿Qué hace una madre… cuando ha hecho todo lo que ha podido dentro de sus capacidades y su corazón para amar, alimentar, proteger, educar, guiar y ayudar a cumplir los deseos, las aspiraciones y los sueños de su hija a través de los años, y de repente recibe esa llamada? La misma llamada que toda madre teme en lo más profundo de su corazón. Esa terrible llamada que hace que su corazón se le salga del pecho tras escuchar esas gélidas palabras: “Tu hija ha muerto. La policía la ha matado”.
¿¡Qué hace una madre!?
¿Qué hace una madre… cuando en ese instante lo ÚNICO que puede ver es el bello rostro de su hija? Y entonces la visión del rostro de su hija se transforma y se… contorsiona. Se contorsiona con un horror, un dolor y un miedo insoportables por las ardientes balas que le disparó la policía, perforándole la carne. Las balas de policías de corazón perverso, que desgarran el cuerpo de una inocente mujer negra.
¿Qué hace una madre… cuando en ese mismo momento su corazón queda amputado?
¿Qué hace una madre… cuando NO hay respuestas inmediatas ni soluciones a la pregunta persistente: “¿POR QUÉ la policía ha MATADO a mi hija?”?.
Qué hace una madre… cuando ya no sabe qué más hacer en un mundo que INSISTE en NO hacer NADA para impedir que las mujeres negras mueran a manos de la policía?
¿¡Qué hace una madre!?
Vivir con el corazón amputado
Mi querida y dulce hija India Jasmine Kager fue una de las muchas mujeres negras que la policía ha matado sin piedad, para después invisibilizarlas y olvidarlas metódicamente.
India también era una joven madre de dos niños pequeños, Roman y Evan. Sin duda vivió todos esos sentidos momentos de la maternidad que yo experimenté. Desgraciadamente, al igual que cientos de otras mujeres negras, a India le robaron su vida y la de sus hijos unos hombres que trabajaban para hacer cumplir la ley y cuyos corazones estaban hasta arriba de adrenalina mientras llevaban a cabo sus actos homicidas. A diferencia de India, a esos hombres se les permitió regresar a casa con sus familias e hijos. Sus corazones crueles sabían que se les concedería protección legal por cometer homicidios atroces y extrajudiciales. Y con esos corazones PERVERSOS continúan cazando y matando a mujeres negras indefensas y desarmadas.
Con un corazón amputado y una pena demoledora, recuerdo el desconcierto, la confusión y las náuseas acompañadas de incredulidad, aturdimiento y un mar de lágrimas mientras escribía el obituario de India y recogía su ataúd blanco.
Con un corazón amputado, una pena sin consuelo, un huracán en mi cabeza y las rodillas temblorosas, me acerqué al ataúd y vi a India allí tendida. Por un momento recordé a mi dulce Indy cuando era un bebé, dormida en su cuna blanca. Me incliné sobre ella y le besé la frente mientras deseaba volver a sentir su calidez y que su corazón volviera a latir de nuevo milagrosamente.
Con un corazón amputado, luché contra el doloroso contraste entre ver a mi bella Indy tumbada en su cuna blanca y verla ahora en ese ataúd blanco.
¿Qué hace una madre… y por qué tenemos que vivir con corazones amputados y una pena sin consuelo para siempre? Es una pregunta que me hago todos los días.
Al igual que nuestras hijas, hemos sido forzadas violentamente a vivir de este modo insoportable por culpa de asesinos sin corazón que no han tenido NINGUNA consideración por nuestras vidas. No existe ninguna cura ni anestesia capaz de adormecer o aliviar el dolor de nuestros corazones amputados.
Con corazones amputados, nos vemos obligadas a sobrevivir y superar como sea esos oscuros y opresivos segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años que han pasado desde que nuestras hijas y otras mujeres negras murieran impunemente a manos de la policía.
Con corazones amputados, nos sumimos en lo más profundo de nuestro dolor en un mundo que elige separar, aplazar y, en última instancia, desvincular cualquier remedo de justicia para las mujeres negras que han muerto a manos de hombres sin corazón.
¿Qué clase de corazón tienen las personas que permanecen impasibles y en silencio cuando una mujer negra es abatida a tiros por la policía?
Con un corazón amputado y un dolor demoledor, observo el clima social y me pregunto por qué solo se les da voz a las historias de hombres negros muertos a manos de la policía, que reciben atención pública inmediata. En cambio, la respuesta es totalmente contraria cuando es una mujer negra la que muere a manos de la policía.
Sin ninguna empatía, las personas que trabajan para el sistema y dentro de él optan por seguir regurgitando tópicos cómodos en lugar de desmantelar las leyes misóginas que respaldan toda esta situación.
La gente se apresura a afirmar que “Eso NO representa a Estados Unidos” o “Estamos por encima de todo eso” cuando condenan perversos delitos cometidos contra niños, ancianos u otras personas indefensas. ¿Pero qué ocurre en nuestros corazones colectivos cuando nos mantenemos impasibles mientras las fuerzas del orden continúan matando a mujeres negras?
Nuestras progenitoras sufrieron en un mundo donde abusaban de ellas, las violaban y las dejaban embarazadas para luego quitarles a sus hijos literalmente de los brazos para que personas llenas de odio los vendieran como esclavos.
Con un corazón amputado y un tremendo dolor por mi preciosa hija y sus hijos pequeños, hago la siguiente pregunta: ¿Ha cambiado algo verdaderamente?
¿Estáis dispuestos a mirar dentro de vuestros corazones? ¿Estáis dispuestos a dar un paso adelante y marcar una diferencia tangible para evitar otro corazón amputado?
Maria Moore:
Hace siete años recibí una llamada telefónica en el trabajo que cambió la vida de mi familia. Mientras me apresuraba a ir a casa de mi padre, todo lo que podía pensar era: “Mi hermana está muerta, mi hermana está muerta, mi hermana está muerta”. Ese mantra se repetía una y otra vez en mi agitada cabeza mientras sorteaba el tráfico y trataba de digerir la realidad de que nunca volvería a verla con vida. Nunca tendría la oportunidad de devolverle la llamada que hizo dos días antes, nunca tendría la oportunidad de contarle los últimos chismes de la familia y nunca tendría la oportunidad de protegerla.
En mis sueños, habría recibido la llamada frenética de Kayla diciendo que la policía estaba en su puerta. Le habría dicho que se calmara y que papá y yo estábamos de camino. Mi padre habría llegado primero, habría entrado inmediatamente a su apartamento y, al instante, habría calmado la situación, como muchas otras veces en el pasado. Esta situación no sería diferente. Habría acompañado a Kayla a la ambulancia, como hizo muchas veces en el pasado. Les habría explicado que necesitaba ayuda psicológica, como tantas veces en el pasado.
En mis sueños, Kayla seguiría viva.
Seguiría viva… para ver el auge de #BlackGirlsMatter, #SayHerName y #BlackLivesMatter, el nuevo despertar de los movimientos sociales y la transformación social que por fin comienza a tener en cuenta las vidas de las mujeres, las comunidades trans y los aliados interseccionales en la lucha contra el racismo y el sexismo. Habría visto la conexión entre la COVID-19 y el racismo sistémico como una doble pandemia que necesita la atención del barrio y del mundo entero.
Kayla no estaría conforme con quedarse en casa viendo todo el caos en las calles tras las muertes de Breonna Taylor, George Floyd y muchos otros. Se habría reunido con su grupo y se habría puesto en contacto con el representante de la alcaldía de Berkeley, a quien se dirigiría solo por su nombre de pila, Kriss, ya que eran amigos. Pero a Kriss Worthington le habría costado hacerse escuchar, porque Kayla no tenía pelos en la lengua. Kriss, aun así, asumiría la causa alentada por Kayla y ayudaría a liderar el movimiento para la reforma policial… si Kayla estuviera viva.
Pero puesto que nos la han arrebatado, debemos promover en su nombre alternativas a llamar a la policía cuando una persona está experimentando una crisis mental. Traer a la policía a una situación tensa puede aumentar la probabilidad de que dicha persona sufra daños.
Nosotros, como comunidad, necesitamos un aumento en el número de efectivos del Mobile Crisis Team en East Bay. En lugar de llamar a la policía, la comunidad debería poder obtener ayuda a través de una central telefónica. Un punto de contacto con personas preparadas para situaciones de crisis garantizaría que la policía no fuera el principal recurso, para poder tomar la iniciativa y gestionar la situación de la persona en crisis.
Lamentablemente, matar a una mujer negra en crisis es cada vez más común. Para aquellos que tienen problemas de salud mental, la deshumanización constante es agotadora. Los problemas de salud mental se consideran problemas delictivos, que generan violencia a través de la inmovilización y el castigo como “primera respuesta”.
La ciudad de Berkeley ha tenido siete años para implementar el cambio y todavía no lo ha conseguido. Desde que mataron a Kayla, apenas hemos visto mejorías. Se ha añadido una hora de disponibilidad al servicio municipal de respuesta móvil ante crisis, y la policía sigue siendo la principal responsable en emergencias de salud mental. ¡Eso no es suficiente!
Aunque siento desprecio en mi corazón, mi cabeza sigue siendo racional. Estoy aquí para evitar la próxima muerte, y estoy aquí para todas las familias que tienen seres queridos con trastornos mentales. Kayla era obesa, tomaba drogas, era pobre, era negra, era esquizofrénica y la mataron porque eso fue lo único que vio la policía. Lo que la policía no sabía era que Kayla era hija. Era hermana, era tía, sus amigos y familiares la querían y no se merecía morir esa noche. No merecía morir en ese suelo, expuesta y al descubierto, mientras se referían a ella como “eso…”. Para la policía era y sigue siendo “eso”. Así nos ven. Como infrahumanos. Y por eso no se ha conseguido nada de valor. La policía volverá a matar al siguiente “eso”.
En el caso de Kayla, se podría haber evitado el uso de la fuerza si el policía hubiera seguido unas directrices básicas. La llamada se produjo por un altercado que implicaba a una persona que había dejado la medicación y estaba sufriendo una crisis.
“¿Esa persona atacó a alguien?” No.
“¿Esa persona era claramente psicótica?” Sí.
Pero, en lugar de hacer estas preguntas básicas, lo primero que hizo el policía (antes de llamar a un profesional sanitario o de hablar con Kayla para evaluar su estado mental) fue consultar si había órdenes de arresto contra ella. Toda la formación del mundo no puede cambiar la mentalidad de alguien que no se molesta en proporcionar ayuda ni asesoramiento para mantener la paz y en su lugar aplica una “imposición” violenta para hacer cumplir la ley. Es necesario eliminar el papel de la policía en las llamadas al 911 que no impliquen violencia.
Necesitamos alternativas a la respuesta de la policía cuando una persona está experimentando una crisis mental.
El 35 por ciento de las llamadas a emergencias en la ciudad de Berkeley están relacionadas con la salud mental y, sin embargo, el Crisis Intervention Training (CIT) se ha visto reducido de una formación voluntaria de 40 horas a una formación obligatoria de ocho horas para todos los policías que están en contacto directo con el público. La policía que respondió a la llamada de Kayla por un problema de salud mental no consultó a nadie del Mobile Crisis Team (profesionales sanitarios con formación en salud mental) para ayudar a evaluar a Kayla. El policía consultó las posibles órdenes de arresto contra Kayla antes de hablar con ella por fin, durante aproximadamente cinco o siete minutos, y luego intentó arrestarla por una orden sin confirmar y errónea, puesto que describía a una persona con el nombre de pila de Kayla, pero con una fecha de nacimiento diferente. La insistencia del policía por cumplir una orden equivocada llevó a la muerte de Kayla.
Pero Kayla no cometió ningún delito. No era un peligro para sí misma ni para otros; su compañera de piso pidió ayuda porque Kayla estaba alterada sin su medicación. Y no tenía a nadie más a quien llamar. Previamente, Kayla había esperado más de dos meses para ver a un psiquiatra en Berkeley, pero cuando llegó a la clínica tuvo que marcharse porque el médico no estaba disponible para verla.
Siete años después, todavía espero que se produzca un cambio. Ha sido un ejercicio de paciencia doloroso, agotador, empoderador y gratificante, y por eso ruego que termine con resultados más positivos para los demás. Lo que comenzó hace siete años fue un movimiento que dio voz y humanidad a una mujer negra, transgénero y con un trastorno mental llamada Kayla Moore.
Seguimos luchando por el cambio y por conseguir una reforma política muy necesaria en los servicios de respuesta ante emergencias de salud mental en la ciudad de Berkeley, donde Kayla vivía y donde murió innecesariamente debido a la negligencia policial por una llamada que salió mal. Decid su nombre.
Melania Brown:
Mi hermana pequeña Layleen Xtravaganza Cubilette-Polanco murió mientras estaba bajo custodia en la famosa Isla Rikers en la ciudad de Nueva York el 7 de junio de 2019. Layleen era una bella, llamativa y orgullosa mujer transgénero afrolatina. Se encontraba detenida y con una fianza de 500 dólares que no podía permitirse. Tenía apenas 27 años cuando murió sola mientras estaba recluida en régimen de aislamiento. Estas verdades me duelen cada día.
Lo que le sucedió a Layleen es una realidad para muchas mujeres trans negras que luchan por su supervivencia. Su historia refleja un patrón para muchas mujeres transgénero de color que son acosadas, atacadas, señaladas y sometidas a un sistema violento que para muchas desemboca en la muerte. Este es el caso de demasiadas personas a las que se les impide acceder a un empleo sostenible.
Mi hermana fue detenida en 2017 en una redada por prostitución. Layleen había tratado de encontrar empleo sin éxito. Me contó que se pasaba por establecimientos de comida rápida que necesitaban personal, pero le negaban la solicitud de empleo y la discriminaban por su identidad de género. Recurrió al trabajo sexual como una manera de salir adelante y ser autosuficiente. Esto era importante para ella: ser económicamente independiente. Probablemente por eso nunca nos contó a mí ni a mi familia que la habían detenido. Si lo hubiera hecho, habríamos pagado su fianza y hoy estaría viva con nosotros.
Esa acusación anterior por prostitución significaba prisión automáticamente si ocurría cualquier otro altercado con la policía. Así que, cuando fue detenida por la policía en abril de 2019 por un presunto altercado con un taxista, hechos que mi familia aún no ha podido corroborar, fue llevada inmediatamente a Isla Rikers. Poco después, según se comunicó en un informe de la Junta de Corrección de Nueva York, hubo una campaña de presión para poner a Layleen bajo régimen de aislamiento simplemente porque era trans.
Pusieron a mi hermana en una celda, sola, con sus afecciones médicas preexistentes, porque era una mujer transgénero. El régimen de aislamiento es una práctica que aísla a los presos en prisión durante más de 23 horas al día con poco o ningún contacto con otra persona durante un periodo indefinido.
Ningún ser humano debería ser sometido a esta tortura aprobada por el Estado, y mucho menos por ser quien es. Es una práctica terrible condenada por las Naciones Unidas y que se lleva muchas vidas año tras año.
En un vídeo publicado por mi familia en la prensa, se ve cómo los funcionarios de prisiones no comprueban el estado de Layleen durante largos periodos de tiempo. En un momento crítico, el vídeo muestra a los funcionarios abriendo la puerta de la celda de mi hermana y riéndose visiblemente, tan solo unos momentos antes de que se la declarara muerta. Pensar en su sufrimiento cuando podría haberse salvado es algo que nos perseguirá a mi familia y a mí durante el resto de nuestras vidas.
La criminalización del trabajo sexual, la transfobia incontrolada en toda la sociedad y los entornos laborales, la fijación por las mujeres trans y las trabajadoras sexuales por parte de la policía, la violencia del sistema penitenciario y el completo desprecio por la vida humana contribuyeron a la muerte de mi hermana. Como sociedad, podríamos abordar los obstáculos sistémicos al acceso a recursos como la vivienda, el empleo y la atención sanitaria transinclusiva, que podrían crear seguridad para las mujeres trans como mi hermana. En cambio, los sistemas que tenemos actualmente se llevaron la vida de mi hermana.
Pero la memoria de Layleen no debe quedar vinculada solamente a la violencia, no es un hashtag más. Layleen era cariñosa y estaba llena de vida. Le daba lo poco que tenía a un desconocido, algo que yo misma presencié muchas veces. Todo el mundo la conocía por su personalidad jovial, su risa y su gran corazón. Le encantaba la música house, bailar y sacarme de quicio. Layleen formaba parte de House of Xtravaganza, su segunda familia, y tenía muchas “hijas” a las que cuidaba. Era un ángel para muchos de nosotros, yo incluida. Todo eso era Layleen, esa era mi hermana.
Mi hermana estaba llena de vida antes de que se la arrebataran. Seguiré gritando su nombre a cualquiera que me escuche hasta que se haga justicia por mi hermana. Lucharé hasta que lo que le pasó a mi hermana no vuelva a pasarle a ninguna otra persona solo por ser lo suficientemente valiente como para vivir su verdad.
Narradora de Gucci Podcast:
Gracias por escuchar. Descubra más sobre Chime for Change y la nueva revista en las notas del episodio.