Tanya Compas, trabajadora juvenil, miembro del Consejo Consultivo de CHIME FOR CHANGE y fundadora de Exist Loudly, un espacio para creadoras queer negras, cuenta su relación con la fluidez de género a la hora de vestir.
“¿Cuándo se te pasará la fase de marimacho?” es una pregunta que me han hecho infinidad de veces tanto desconocidos como maestros, familiares o amigos.
Mis elecciones a la hora de vestir siempre han puesto en tela de juicio mi feminidad, y las preguntas relacionadas con mi expresión de género me han perseguido desde la infancia hasta la edad adulta.
De niña, era libre de llevar ropa de niño, chándales, equipaciones de fútbol e incluso ropa interior de niño. Todavía hoy recuerdo lo contenta que me puse cuando mi madre llegó a casa con un paquete de ropa interior blanca de niño para mí. ¿Quería ser un niño? No. Ni siquiera pensaba en el género. Solo quería ser Tanya y llevar ropa con la que me sintiera cómoda. Todo fue bien hasta que llegué a secundaria, cuando el interrogatorio sobre mi expresión de género se volvió casi insoportable. No tener ningún modelo de mujeres negras adultas con estilo masculino, ya fuera en mi vida cotidiana o en los medios de comunicación, potenció aún más esa idea de que las chicas que vestían con ropa de chico estaban “pasando por una fase” y que era algo que “se me pasaría con el tiempo”. Esto me llevó a muchos años de feminidad de puertas para fuera, en los que solo llevaba ropa de chico cuando estaba haciendo deporte o en casa. Fuera de esos contextos, llevaba ropa de mujer y me maquillaba, no porque quisiera, sino porque sentía que era lo que tenía que hacer. Me pasé los años de adolescencia y parte de mi edad adulta intentando encontrar validación sobre mi condición de mujer y mi feminidad llevando ropa que reflejara eso, intentando “parecer una chica” y saliendo con hombres.
Todavía recuerdo cuando estaba saliendo con un chico en la universidad y fui a un club. Llevaba tacones y ropa ajustada, pero me fui pronto a casa. Me puse un chándal y un gorro y volví al club en bicicleta para ver a mis amigos. Vi al chico con el que estaba saliendo e inmediatamente me sentí avergonzada, porque no quería que me viera vestida así. Me subí a la bicicleta y me fui directa a casa. Allí me volví a poner una ropa más femenina porque él me había dicho que iba a venir a verme.
Toda una vida en la que la gente me preguntaba si lo mío era “una fase” me llevó a sentir vergüenza, y era esa vergüenza la que me mantenía alejada de la sección de ropa masculina, incluso de adulta. Solo en los últimos años me he librado de la vergüenza y me he sentido libre de llevar ropa que me hiciera sentir cómoda conmigo misma. A veces encuentro esa ropa en la sección de hombre, a veces en la sección de mujer, pero lo más importante es que ahora me siento segura y con la confianza suficiente para llevar lo que yo quiera. Ahora la ropa de hombre no me hace sentir solamente cómoda; me hace sentir sexy y reafirmada en mi condición de mujer. Me hace sentir otra vez como Tanya. Después de años de feminidad performativa, había olvidado quién era. Pero ahora he vuelto y tengo ganas de ver más mujeres queer y negras con estilo masculino en campañas de ropa para hombre, en vallas publicitarias y en la televisión. No deseo que nadie sienta la vergüenza que yo he sentido. Quiero que las chicas jóvenes tengan referencias de mujeres con estilo masculino y que sean capaces de decir “esto no es una fase”. —Tanya Compas